Recuerdo que un día me quedé en silencio, sin saber que
decir, callado, en blanco, mudo. Fueron dos minutos, dos eternos minutos sobre un
escenario, sin recordar una sola nota, ni siquiera el nombre de la canción. Los
sentí como si dos vidas se paseasen por delante, como dos lunes que no acaban
nunca, como el sonido perturbador de un grifo mal cerrado en la noche. Era un
silencio que se mezclaba y se perdía con el sonido de la vida, como cuando en
la quietud de la madrugada el silencio toma su protagonismo.
Silencio. Te puedo oír, sentir, vivir y hasta noto tu respirar.
Contigo puedo oír el vuelo de una mosca, el zumbido de un ascensor, el
traqueteo del camón de la basura, la lluvia que no cesa, el crujido de un viejo
mueble o la queja de un enfermo, el vaivén de una cama y hasta las efusiones del amor…
Silencio, no eres más que la luz desnuda que habla por mí. Cuando
me hablas, yo te escucho, sabes que te quiero, que te escucho, pero ahora hazme
un favor y guarda silencio.