Siempre que escucho por los altavoces del parque de atracciones que se ha perdido un niño,
pienso que ese niño soy yo

1 de marzo de 2014

La vida se me enfría

La vida se me enfría por momentos,
se me acaba el tabaco
y pierdo, sin quererlo,
otro minuto más de sueños
en la letra pequeña de un diario.
Como poco, medito, veo cine
y, como todo hijo de vecino,
en la cabeza tengo malos pensamientos:
esa pesada carga que heredamos
de las culpas cristianas
y los complejos de Freud.

La vida me traspasa, meridiana,
va de una parte a otra
y no me tiene en cuenta.
Crujen mis cervicales
con un chasquido lento
y me sacude el vértigo sentado en el sofá
mientras observo
las últimas noticias que da el telediario:
hambre, guerra, enfermedad, miseria,
en países lejanos.

La vida no me cuadra
no me salen las cuentas
y me aprieto el bolsillo.
Y entre dientes maldigo
que me hagan pagar
por tres cada pesetas que un usurero banco
me cobra por la hipoteca
de mi tiempo y mi exigua libertad,
por el consumo de la existencia.

Si el alma inmortal fuera
y diera vueltas sobre la eternidad
-como el budismo cuenta-,
los bancos ya me habrían recaudado
varias reencarnaciones
y hasta el nirvana
por todas mis deudas.



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